quarta-feira, julho 28, 2004

Inauguração do Espaço Internet Municipal da Murtosa

O novo espaço  internet municipal do Aveiro Digital foi inaugurado na Murtosa, hoje mesmo.
Estive lá. Ouvi as intervenções proferidas. Aplaudi. Senti-me orgulhoso por estar naquele espaço.
Quem se lembra daquela zona da antiga Câmara Municipal e a vê hoje, fica espantado com a qualidade da intervenção: qualidade paisagística, urbanísitca e tecnológica.
Presidiu ali um extremo bom gosto e simplicidade e estão expostas algumas telas que foram vencedoras de alguns jogos florais ao longo dos anos.
Ganharam os murtoseiros, ganhou a autarquia, ganhou o Aveiro Digital.
Parabéns!
Apesar de raramente concordar com o Presidente da Câmara Municipal da minha terra, tenho que reconhecer o que de positivo se faz. E bem.

O Januário tece algumas críticas em relação à massificação da internet em Portugal. Concordo com algumas das ideias que ele elabora, mas sou obrigado a reconhecer que estes espaços são importantes para aquelas pessoas que não podem ter internet ou computadores em casa.
No Espaço Clique Solidário (junto à Igreja de Pardelhas) a funcionar há algum tempo, têm acedido pessoas de todas as idades e proveniências e até turistas estrangeiros e emigrantes para ver o email e enviar mensagens.
Claro que as melgas mais habituais são os putos do MIRC que passam a vida (e passarão) a perguntar dd ttlc?
Esta integração de pessoas num espaço que oferece recursos informáticos e acesso ilimitado à internet é um meio indispensável à cidadania num país com tantos atrasos estruturais em alguns campos sensíveis.
Se esta é a forma que temos para massificar, usemo-la o mais possível. Resta a esperança de que os governos pensem nas outras componentes necessárias para melhorar a qualidade dessa massificação.
Claro que os governos amam estatísticas positivas que mostrem as virtudes das suas políticas. Claro que depois de passar o fumo dos foguetes da festa, por vezes só fica a cinza. Todos gostamos do folclore e dos parabéns. Quem investe terá algum direito a festa. Digo eu.
Importa formar para uma cidadania integradora de vários meios (educação, tecnologia, educação para os valores, sensibilização poética e artística, sensibilização para o trabalho comunitário) e para tal, todos os recursos são poucos.
Mesmo que os putos fiquem metade do tempo a "dd ttcl?" e outras parvoeiras semelhantes, haverá um dia em que essa teima termina e se inicia a outra fase do amadurecimento pessoal.
Ao longo da minha vida de professor, sempre andei relativamente próximo dos problemas da integração das tecnologias no ensino e da sua difusão junto dos alunos e professores.
Querem a minha opinião?
Prefiro os garotos com os seus "dd ttcl?" e restantes asneiras conexas que alguns professores com a ideia de que a internet é um mal a combater e a proibir. É que, às tantas, o puto do MIRC está melhor formado que o professor que tudo quer proibir ou controlar a 100%... mas isto é a minha opinião.

De qualquer modo, visitem e usufruam o novo espaço internet da Murtosa. Vão gostar.



quarta-feira, julho 21, 2004

Discurso de Pablo Neruda na Suécia (Nobel)

21 de octubre de 1971 


Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.

A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.

Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:

¿Tuvo mucho miedo?

Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.

Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo -agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.

Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.

Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.

Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.

Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.

Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese nada más en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.

Señoras y Señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.

De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un pequeño dios. No, no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿Qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así la poesía no habrá cantado en vano.

Neftali Ricardo Reyes Basoalto

É o meu poeta mais querido.
Talvez pela sua implicação e pela sua coragem de estar presente quando seria mais fácil elevar-se acima dos problemas e esquecer-se deles.
Mesmo implicado e ao lado do seu povo continuou a ser poeta, cada vez mais belo, cada vez mais consciente das dificuldades desse povo para quem escrevia e que ele sabia que não conseguia ler os seus poemas. Mesmo assim, insistiu e tentou.
Fica aqui um poema do "Canto General", os Lusíadas de Neruda.
A ti, Neftali, eternamente...

 
LA GRAN ALEGRÍA

La sombra que indagué ya no me pertenece.
Yo tengo la alegría duradera del mástil,
la herencia de los bosques, el viento del camino
y un día decidido bajo la luz terrestre.
No escribo para que otros libros me aprisionen
ni para encarnizados aprendices de lirio,
sino para sencillos habitantes que piden
agua y luna, elementos del orden inmutable,
escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas.
Escribo para el pueblo, aunque no pueda
leer mi poesía con sus ojos rurales.
Vendrá el instante en que una línea, el aire
que removió mi vida, llegará a sus orejas,
y entonces el labriego levantará los ojos,
el minero sonreirá rompiendo piedras,
el palanquero se limpiará la frente,
el pescador verá mejor el brillo
de un pez que palpitando le quemará las manos,
el mecánico, limpio, recién lavado, lleno
de aroma de jabón mirará mis poemas,
y ellos dirán tal vez: "Fue un camarada".
Eso es bastante, ésa es la corona que quiero.
Quiero que a la salida de fábricas y minas
esté mi poesía adherida a la tierra,
al aire, a la victoria del hombre maltratado.
Quiero que un joven halle en la dureza
que construí, con lentitud y con metales,
como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida,
y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron
mi alegría, en la altura tempestuosa.


Quando se falha uma...

vai-se para uma Secretaria de Estado... nem que seja da saúde...

dizia a minha avó: o mundo não é de quem o ganha, mas de quem o arrepanha.

"...M'ESPANTO AS VEZES , OUTRAS M'AVERGONHO ..."

Como repetirá o Pacheco, "...M'ESPANTO AS VEZES , OUTRAS M'AVERGONHO ...". Claro que o dito é do Sá de Miranda e não dele, mas aplica-se cirurgicamente aos blogs do nosso dia a dia.
Um ano depois, e a Murtosa está mais ou menos na mesma. À sombra das obras do saneamento, as estradas ficam completamente esventradas, as tampas do saneamento 30 centímetros acima do nível médio da estrada e absolutamente nenhuma sinalização. Com a desculpa de se fazer algo de importante, ignoram-se os munícipes, a sua segurança e a garantia da preservação das suas viaturas que, ao contrário de algumas, custaram muito suor a quem as comprou.

Já poucas coisas m'espantam... mas cada vez mais encontro outras que m'avergonham.

Aniversário

"Alví­ssaras, senhores! Eis a Murtosa, uma pequena terriola da costa moliceira, presente nos Blogs! Teremos um lugar para 'chatear' o povo do resto da costa menos moliceira?Veremos..."

Faz hoje um ano que iniciei esta mania de confessar inconfessáveis à internet.
Um ano mais tarde e nada de novo... ou pouco menos que isso.
Hoje, ao olhar à volta, fico feliz por encontrar outros amigos e murtoseiros a confiar os seus pensamentos a esta escrita na água que é a internet. Isto é positivo e dá esperança numa nova geração mais interventiva e mais crítica. Ninguém gosta de ser criticado e todos somos muito puros na nossa ignorância, mas fico feliz por ver os mais novos a assumirem o seu lugar na Murtosa. É algo de muito inovador e de único na história. Antigamente os jovens reuniam-se à sombra da Igreja e aí cantavam pela cartilha. Tempos houve que os jovens reuniam-se apenas nos cafés e consumiam o seu tempo sem grande produtividade. Hoje vão-se assumindo como vozes do povo e vão tendo consciência da sua aldeia, mesmo que errem. Mesmo que tenham que corrigir a ortografia e a sintaxe. Mesmo que pisem alguns calos confortáveis. Mesmo que haja quem deles se ria. Parabéns a vocês que insistem em ser. Obrigado aos restantes que nos lêem todos os dias à espera de novidades.

segunda-feira, julho 19, 2004

Memória

A espuma das ondas desfazia-se no vento em milhões de partículas de água salgada que perfumavam aquele fim de tarde.
Sentia-te perto de mim e tão longe ao mesmo tempo.
A maresia trazia recordações de outras vidas, de outros momentos. As lembranças atropelavam-se em desordenadas catadupas de memórias confusas num tempo já esquecido. Rostos, vozes, olhares... todos em procissão de fantasmas passados e de cada um deles ficava a terna saudade de quem ficou na praia e viu os outros partir para novas aventuras.
Não ficou dor: ficou saudade, ficou o tempo parado à espera de um regresso.
Quando aperto a tua mão na minha, sinto o mundo que construímos em cada dia, em cada momento. Sinto tudo o que fizemos e pressinto o que ainda nos falta realizar.
Sei o que sou porque tu estás comigo em cada dia que passa.
Cada vez mais.



quinta-feira, julho 15, 2004

Força, camarada Vasco!

Agora que o Pedro vai para o poder, a minha memória reavivou-se com a recordação de Vasco Gonçalves nos idos do PREC.
Sem sombra de dúvida que a história é cíclica...

"Foge, cão, que te fazem barão!
Para onde, se me fazem visconde?"

sábado, julho 10, 2004

Quem manda?

Certamente será defeito meu, mas no campo da educação já há algum tempo que deixei de achar piada à maior parte das coisas, mormente quando metem direitos e deveres de professores, mas confesso que ainda não parei de achar piada às dores que alguns professores confessam quando se fala em material informático na escola.
Ao longo de alguns anos, fui vítima - e algumas vezes carrasco - do mal que aparece expresso num blog, o Professor, professor.
Diz ele: "Estamos - dizem-nos os nossos governantes - na idade da informação e do conhecimento e das novas tecnologias e o diabo a sete. Eles falam - mais os anteriores que os actuais que estão prestes a ser também eles anteriores - em ligações à rede mundial de computadores, eles falam em internet, eles falam, eles falam... No terreno, que é como quem diz nas escolas (em boa parte delas, pelo menos), a realidade é bem diferente. Os computadores ou são velhos, desactualizados e lentos, ou são modernos e rápidos mas sem manutenção adequada e cheios de problemas. Um exemplo: na sala de professores da minha escola (de passagem) há um computador todo modernaço com um monitor que foi aproveitado de uma velharia qualquer e com um teclado avariado ligado a uma impressora que raramente tem tinteiro (ou papel). Ainda hoje tentei imprimir um documento na dita cuja e tinta nem vê-la. "Imprime em casa", dizem-me. Porquê? Porque hei-de eu gastar folhas e tinta do meu bolso para trabalho da escola?! Já não bastam as despesas que tenho por me encontrar deslocado? A seguir querem o quê? Que compre o giz? E os livros dos meus alunos, já agora? E que ajude a pagar as contas de telefone, electricidade, água e papel higiénico da escola?
Regressando aos computadores. Tudo seria bem mais simples e eficaz se a escola tivesse alguém que se encarregasse - a sério - da manutenção dos seus computadores e sistemas informáticos
."
Até aqui, nada de novo. Nos comentários surgem algumas opiniões, vejamos: "já agora: em tua casa quem mantém o teu pc? e porque é que as escolas hão-de ter escravos para desenrascar as nabices de toda a gente que não tem um pingo de vergonha e não quer investir tempo e dinheiro em si próprio, dizendo sempre que isso é da responsabilidade da escola? E quantos são os professores que passam muitos minutos a imprimir parolices e tudo o que lhes passa pelos olhos (e que em casa nem se atrevem...)? Em quantos países "evoluídos" e ricos há pc's para os professores usarem indiscriminadamente? Só mesmo em Portugal é que os professores se queixam de barriga cheia. Em França, Irlanda, Itália, Noruega, não há pc's "livres" para os docentes. Muito menos nas salas de convívio dos docentes... Mal chegam para os alunos... (falo de escolas da rede pública)."
Interessante.
Mas ainda há melhor: "Não percebo a intenção do segundo Anónimo. Comprar um bom livro com sugestão de actividades, imprimir uma série de transparências, fazer um curso podem ser maneiras de investir em nós próprios. Imprimir um teste para tirar cópias, ou comprar canetas para escrever sumários ou tirar apontamentos em reuniões dificilmente entra nessa categoria. O meu salário não inclui despesas de representação. Se há "professores que passam muitos minutos a imprimir parolices e tudo o que lhes passa pelos olhos" a culpa não é minha; quem manda que os chame à atenção. O exemplo estrangeiro serve para quê? Só para indirectamente me indicar o meu verdadeiro lugar? Como que a dizer: estás a fazer-te mais do que és, usa o teu computador, se quiseres; olha que lá fora os professores ainda são mais insignificantes do que em Portugal."
E aqui começa a anedota...
Se a primeira opinião expressa me parece estranha e certamente vinda de alguém com dinheiro a mais e algum ódio a algum professor antigo, a segunda é reveladora de uma mentalidade que vive feliz na sua irresponsabilidade estilo "Morangos com açúcar". Se o primeiro critica o excesso das pessoas que tudo imprimem porque a tinta e o papel não são seus, o segundo vai mais longe e diz que o problema nem é seu... é de quem manda. Boa. Deliciosa.
E quem manda nas escolas? Até ontem, eram os professores... Professores eleitos por professores, que não mandam mas que esperam colaboração de quem os elegeu. E que nos diz a mentalidade que nos mata lentamente? Eu lixo o sistema o mais que posso e quem manda que me mande parar.
É a esta gente que entregamos a educação dos nossos filhos?
Eu sou professor e não me revejo nesta mentalidade.
São estes "professores" que nos atiraram para uma reforma da Lei de Bases que nos apelida de irresponsáveis e que nos oferece quem manda. Virão os gestores e outros profissionais quejandos que nos mandarão. E nessa altura os tais "professores" irão gritar que não estão para ser mandados.
Se o sistema está mal, nunca melhorará enquanto cada professor não assumir a sua responsabilidade e a sua dignidade de mestre, de exemplo, de modelo para os seus alunos.
E esse exemplo não se "manda" nem se decreta.
Vive-se.